
He conocido muchas Maris, mujeres que no tuvieron la oportunidad de aprender a leer y escribir. Mujeres, casi niñas, que con once años empezaron a servir en casa de los amos, en la casa del médico, en la casa grande de la plaza...Niñas que se subían a una silla para alcanzar el grifo y poder fregar los platos, con las rodillas y las manos descamadas y rojas de limpiar los suelos. Más tarde, lágrimas en una habitación pequeña, apenas ventilada, de un piso de la ciudad.
Nadie se ocupó de instruirlas y llegaron con pocas letras o ninguna a la edad adulta. Si se fueron de la casa para casarse, el marido ya sabía, porque aprendió en la mili y así, creció con sus hijos la vergüenza de no saber leer.Suplían con astucia la ignorancia de las palabras, un dibujo, un color, una forma, les ayudaban a reconocer un producto en el supermercado y a veces, la pregunta a otra mujer, que intuían, sí sabía.
Luego, las cosas cambiaron, llegó la democracia y tuvieron la oportunidad de asistir a una escuela de personas adultas. Decidieron que era su tiempo de aprender. Algunas eran muy mayores, pero nada les detenía. Nunca faltaban a clase. Las he visto llorar al reconocer el nombre de una botella de leche y reír al leer lo que habían escrito.
Algunas son nuestras madres y abuelas, compañeras de partido, que han aprendido a leer, a pesar de las dificultades. Ellas son mujeres guerreras.
http://www.elpais.com/articulo/ultima/Guerrera/elpepuopi/20090113elpepiult_1/Tes
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