El artículo de la semana llega el lunes y es de Pepe Reig, en la foto. Plantea interrogantes que nos asaltan ¿Qué dice la iglesia de la crisis y sus responsables? ¿Solo está interesada en asuntos de moral? ¿No se cuestiona colaborar con la salida de la situación, como nos obligan a la ciudadanía, renunciando a sus privilegios o cediendo alguno de sus bienes? ¿Ya no hay nada por lo que protestar?
¿Y
la Iglesia ?
"Si dependiera
de sus fieles para funcionar, quizá le angustiaría el empobrecimiento de la
feligresía, inducido por el poder. Pero como no, pues no".
"Yo esto lo veo desde fuera, lo confieso, y puedo
estar equivocado, pero ¿alguien recuerda una sola palabra, una sola acción
pública de la Iglesia
acerca de la crisis, sus perdedores o sus culpables? Es extraño que una
institución con tan persistente vocación de influencia pública, con tanto
empeño en ejercer su dirección moral sobre católicos y no católicos, se haya
vuelto de repente invisible.
Vimos hace
años a los obispos salir a la calle en cruzada contra la asignatura de
Educación para la
Ciudadanía. Se trataba de imponer contenidos religiosos a
todos los alumnos, fueran o no de su grey, o puede que sólo se quisiera impedir
que los hijos de la democracia fueran educados en los valores de la democracia.
Sea como fuere, allí estaban ellos en compañía del partido hermano, el PP,
invadiendo las aceras. Los vimos también vociferando contra el derecho de los
homosexuales al matrimonio, aunque puede que sólo estuvieran defendiendo la
familia, ese modelo de familia católica en el que no caben ni divorciados, ni adoptados,
ni monoparentales, ni gays, ni plurales… ni casi nadie ya.
Francamente,
uno esperaba verlos salir indignados contra desahucios, contra la eliminación
de las barreras de protección de los humildes ante el infortunio y la
explotación. Sensibilizados por la pobreza, los recortes de la ayuda a la
dependencia, el cierre de centros de asistencia, el fin de las políticas de
solidaridad. Uno esperaría verlos ejercer la denuncia profética del egoísmo de
los poderosos, de la insensibilidad de los gobernantes, la inmoralidad de la
economía de casino. Resulta evidente que la Iglesia de los pobres se ha vuelto invisible
cuando los pobres más la necesitan. ¿Qué les pasa a los obispos? ¿Qué le
preocupa hoy a esa jerarquía, tan activista en otro tiempo?
Cierto que
todas las organizaciones, políticas, sociales, religiosas o culturales, se
encuentran perdidas ante la magnitud del desastre. Andan a la busca del
discurso que sintonice con la mayoría atemorizada por la crisis. Unos, es
cierto, con el evidente propósito de aprovechar el miedo al futuro para imponer
los retrocesos al pasado con que venían soñando desde siempre. Otros,
contrariamente, para hacerse perdonar sus errores e inconsistencias en la
defensa de los débiles frente al privilegio y otros, aún, intentando explotar
un justificado descontento para legitimar alternativas difíciles. Todos a la
busca de sí mismos, pero ¿y la
Iglesia de Rouco y compañía?
Desde que llegaron los
suyos al Gobierno, se diría, han perdido empuje. Sí, es cierto que hace unos
días hablaron contra la “ideología de género”, como antes lo hicieron contra el
preservativo y hasta se felicitaron por el bosón de Higgs o “partícula de
dios”. Pero admitamos que, como temario, resulta algo decepcionante para un
mundo que se viene abajo. La Conferencia Episcopal Española (CEE), eso sí, ha
hecho un llamamiento a los medios de comunicación para que ayuden a la
solidaridad y su presidente apeló a la caridad para salir de la crisis. También
se sabe que le han pedido al Gobierno que suprima el matrimonio homosexual. Del
aborto no necesitan hablar mucho, porque el ministro Gallardón lo ha incluido
en su programa máximo. Sobre la reforma laboral prefirieron en marzo no pronunciarse,
aunque Rouco desautorizó a los movimientos católicos de base, JOC y HOAC, que
se habían manifestado críticas con sus efectos. Otros obispos han mostrado
individualmente alguna sensibilidad (obispos catalanes, alguno vasco,
etcétera), pero la CEE
como tal, se mantiene en silencio. El propio Vaticano recordó a los teólogos de
la Asociación Juan
XXIII, que criticaban el silencio de la Iglesia , que deben obediencia a la jerarquía. De
lo demás (desahucios, despidos, recortes, codicia financiera, etcétera) nada de
nada.
La respuesta
debe estar en la historia ya que la jerarquía eclesiástica lleva 2000 años
pastoreando almas y administrando fondos, y espera seguir así otros tantos.
Parece que el tiempo te da otra perspectiva, no sé, más como los chinos, que no
se dan prisa. Pero luego está también la sociología: tendría cierta lógica que la Iglesia más dependiente
del Estado en toda Europa, se preocupara por la quiebra de éste. Y quizá sea
así, aunque en silencio. Si dependiera de sus fieles para funcionar, quizá le
angustiaría el empobrecimiento de la feligresía, inducido por el poder. Pero
como no, pues no. En estas circunstancias, mejor un perfil bajo. Resulta más …
“eterno”. No digo yo que no hayan firmado documentos internos, informes,
exhortos, ¿qué sé yo? Lo que digo es que, visto desde fuera, como ciudadano
medianamente informado, sobre este asunto de la crisis, los pobres y los
expropiados, la Iglesia
resulta invisible.
Si no fuera
suficiente con el silencio culpable, la Iglesia comete otro pecado aún mayor con el
asunto de las subvenciones y exenciones. Si algo ha enseñado la polémica sobre
el IBI, ese impuesto de Bienes Inmuebles del que la Iglesia está exenta, es la
capacidad de la jerarquía para ponerse de perfil, cuando se cuestionan ciertos
privilegios terrenales. Enredar con imprecisiones y falsedades acerca del
sostenimiento de sus obras sociales, para no contribuir con sus extensísimas
propiedades y negocios a la red pública de protección social, debe resultar
sorprendente para su feligresía. Claro que quizá yo lo veo desde fuera".
Fue publicado en las páginas de opinión de El País el 17 de septiembre
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